Las notas de Serafín: El bosque

Hoy me adentré de nuevo en el bosque maldito con la intención de robar el tesoro de la viuda siniestra, aunque de nuevo esos condenados besugos flotantes intentaron vomitarme encima. No estoy seguro de si nada más entrar fui al norte o al oeste, pero desde luego no fue hacia el sur, en esa dirección no me apareció ninguna de esas misteriosas flechas negras sobre fondo amarillo que limitan mi movilidad.

Lo que si recuerdo perfectamente fue esa estupenda piña que tomé a mitad de camino y podría asegurar que tomé el sendero de la izquierda para llegar a ella. A partir de ahí la cosa se complicó pues primero tuve la tentación de seguir yendo hacia el oeste, pero la frondosidad hizo que me perdiera en tan sólo unos minutos de entrar. La próxima vez que vaya puede que ponga un cartel para avisar a los exploradores, aunque pensándolo bien, ¿quién querría meterse en mitad de un bosque lleno de peces zombi deseosos de escupirte y ametrallarte?

Llegué a unos helechos caminando hacia el norte y me sentí más seguro allí, tanto que me preparé un bocata de chorizo y di de comer al inofensivo espíritu de un jabalí moribundo que sólo un demente querría dañar. Preferí no tomar dirección este, entre otras cosas porque había unos cánticos sospechosos que harían temblar hasta al mismísimo Susfrun Guth, un tío que me acabo de inventar. Así pues tomé de nuevo dirección norte, y cual fue mi sorpresa al encontrar al pequeño jabalí fantasmagórico de nuevo.

Parecía que de algún modo me estaba agradeciendo la comida, pues siguiendo su rastro me llevó a un nuevo claro a salvo de todos esos malditos noruegos, digo peces. Desde ese lugar ya estaba muy lejos de casa, así que tuve que darme la vuelta, aunque me quedé con ganas de bajar hacia el lago que se vislumbraba desde el límite occidental.

Por desgracia, no encontré el maldito tesoro, pero estoy seguro que lo dejé muy muy atrás. La Viuda es muy vaga y jamás se adentraría demasiado en el bosque para esconderlo.